Texto: BERNARDO ATXAGA
Dibujo: ISIDRO FERRER
Preocupado por la suerte de los ilustradores, convoqué a las letras del alfabeto y les pregunté su opinión. ¿Qué pensaban de su trabajo? ¿Era importante? ¿Estaban bien tratados? Como casi siempre, la A se apresuró a tomar la palabra. “Soy la A de Alicia”, dijo. “Si me lo permiten voy a leerles las palabras con las que comienza el Más Famoso de los libros para niños”.
Asentimos todos, y la A se asentó en su asiento. Luego leyó:
“Alicia estaba empezando ya a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del río sin hacer nada: se había asomado una o dos veces al libro que estaba leyendo su hermana, pero no tenía ni dibujos ni diálogos, y ¿de qué sirve un libro si no tiene dibujos o diálogos? se preguntaba Alicia”.
“Buena pregunta. ¿De qué sirve?”, dije yo.
“Lo de los diálogos no es tan importante”, dijo la B de Babar. “Pero un libro sin dibujos no sirve de nada. ¿Qué sería de mí si Jean de Brunhoff se hubiera limitado al texto? Nadie me conocería.
Ahora sin embargo estoy en muchísimas casas.”
“Soy la C de Collodi”, dijo la letra que intervino a continuación dejando de jugar a las cartas. “Lo único que yo puedo decir es que Pinocho ha tenido mil formas, mil caras, mil narices largas, porque cada pintor o dibujante lo ha entendido a su manera.
Pinocho no sería lo que es sin la mano de esos artistas. Pero, antes de seguir adelante, me gustaría saber qué pasa. ¿Qué problemas tienen los pintores y dibujantes del siglo XXI?”
“Que lo explique a E”, dijo la D.
Y la E explicó: “Érase una vez un grupo de pintores y dibujantes cuyo trabajo no era oficialmente reconocido. Y ellos no lo podían soportar. Sabían que su obra era importantísima para los lectores. Así que un día se levantaron y pidieron sus derechos, que no eran sino los de autor.”
“¿Pasa lo mismo en Francia?”, preguntó la F.
“Comparando con otros sitios, aquello es el País de las Maravillas”, intervino la A.
“No me gusta el giro que está tomando la conversación”, dijo la G de un dibujante galo. “Las comparaciones son odiosas. Lo que hay que hacer es exigir nuestros derechos allí donde son mancillados. Hay que protestar.”
“Ustedes dirán lo que quieran”, sonrió un funcionario de la F. “Mientras la Ley de Propiedad Intelectual no esté aprobada en todo sus términos yo no puedo aplicársela. Les sugiero que, si no tienen de qué vivir, acudan a la familia. La familia siempre ayuda.”
“Soy la E”, dijo la E. “Sólo quiero decir que ya no queda mucho espacio. Este alfabeto debe expirar”.
“Estoy desolado”, dijo la D. “Pensaba soltar un discurso sobre la dignidad del dibujo. Porque, como dijo Vasaris…”
“Sin reconocimiento, sin un trato digno, no hay calidad”, interrumpió la C.
“Hay chapuza”, añadió la humilde Ch, casi desaparecida en estos últimos tiempos. “Ahí está el caso del ilustrador que acudió donde su editor con una carpeta bajo el brazo. Llevaba en ella unos dibujos muy buenos, que le habían costado semanas. El editor le dijo:
‘Te pagaré estas cuatro perras’. ‘Muy bien’, le contestó el ilustrador levantándose de la mesa, ‘ya volveré mañana con los dibujos de cuatro perras. Los de la carpeta me los voy a guardar como recuerdo.’”
“Qué barbaridad!”, dijo la B.
“Tenemos que acabar”, dijo la A.
“Digamos nuestra verdad a coro”, dijo la C.
Las letras que habían acudido a mi convocatoria se subieron al estrado y gritaron, a coro, como acababa de pedir la C, su opinión sobre el asunto que nos había reunido:
“El libro ilustrado se debe a la producción creativa del que lo escribe y del que lo ilustra. Ambos son autores de idéntico rango, y los únicos dueños de su obra.”
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Nota: Este texto, escrito el 29 de julio de 2001, fue originalmente publicado por FADIP en forma de librillo de papel, con el mismo título, y diseñado e ilustrado por Isidro Ferrer.